Los mejores razonamientos de ratones y hombres

A veces razonamos irrazonablemente

»¡Los mejores razonamientos de los ratones y los hombres
Con frecuencia están equivocados
,
Y no conducen a nada, solo a pena y dolor,
De un gozo prometido!«
—Para un Ratón



Los últimos pocos párrafos que Adam Clarke escribió humildemente en oración a Dios. Su comentario sobre la Biblia comprende un período de aproximadamente 40 años y ahora estaba escribiendo las últimas palabras. Cuarenta años son más de lo que algunos hombres viven. El pueblo de Israel vagó por el desierto por cuarenta años. Cuarenta años son la cima entre nuestra juventud y nuestra vejez. Es posible que sintamos algo de aprehensión al cumplir los cuarenta, pero luego pasan los años y solamente nos queda un bonito recuerdo.
Es comprensible que me sienta un poco renuente a decir algo que puede ser interpretado como no halagador sobre lo que otra persona ha escrito en honor a Dios, especialmente cuando tal persona ha pasado cuarenta años de trabajo en el más sagrado de todos libros. Debo advertir pues, que este artículo no es sobre Adam Clarke, aunque Clarke sea una parte del artículo. Quiero hablar sobre cómo, a veces razonamos y pensamos que nuestras ideas de alguna manera deben ser las ideas de Dios.
Indudablemente, Dios nos ha dicho que nuestras ideas no son sus ideas: “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”. (Isaías 55:9). No obstante eso, con frecuencia inventamos sistemas y argumentos lógicos muy complicados y luego pensamos que Dios debe llegar a las mismas conclusiones nuestras. Problema resuelto, no hay más qué decir.


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El Comentario de Clark





Aquí es donde tanto Clarke, como usted y yo, entramos en escena. Pero antes de ir más lejos, echémosle un vistazo a Clarke y cómo en una ocasión publicó una interpretación algo ingeniosa: Basado en premisas lógicas e inferencias necesarias, así como también en un intenso estudio del lenguaje, llegó a la conclusión de que la serpiente que tentó a Eva, no era una serpiente, (como las serpientes que todos conocemos) si no que era un simio, una especie especial de simio: un orangután.

No, Usted leyó correctamente. No se equivocó: Clarke llegó a la conclusión de que la serpiente que tentó a Eva era un orangután. Clarke reconoció que su interpretación de la serpiente en Génesis era un poco diferente de la explicación acostumbrada, y, generosamente aceptó la posibilidad de que su punto de vista pudiera no ser tan convincente para los demás: “Sin embargo si alguno opta por diferir, está en todo su derecho; esto no es ningún dogma, como tampoco es un requisito para la comunión entre cristianos.”

Es obvio que la pregunta surja: “¿Cómo es que Clark llegó a eso del orangután?”. Bueno…la etimología de una palabra Hebrea (nachash) fue la parte integral de su argumento. Después de buscar concienzudamente cómo fue usada la palabra en varias referencias bíblicas, Clarke llegó a la conclusión de que nachash podría ser cualquier cantidad de animales: un hipopótamo o un cocodrilo, una serpiente, o alguna criatura del mar. El texto simplemente no determina con certeza a qué clase de animal se refiere la palabra nachash. Además, debido a que la forma verbal de la palabra cognado (“cognocer) significa adquirir conocimiento por medio de la experiencia, entonces, el sentido del sustantivo podría ser mejor comprendido dándole un sentido general similar. Después de todo, esa forma verbal es usada por Laban: “He aprendido por la experiencia” (Génesis 30:27). Además, existe una palabra árabe similar, khanasa, que significa simio, o sátiro, y un cognado árabe que se traduce: diablo o seductor.

Habiendo expuesto con seguridad lo que aparentemente es una base lingüística digna de tomarse en cuenta, Clarke interpreta la narrativa del Génesis acorde con esa base.


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Pero el nachash era más astuto, (más sabio, o prudente), más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho made.






En esta descripción encontramos que—

  1. Lo que este nachash haya sido, era superior a todos los demás animales en sabiduría y entendimiento.
  2. Que caminaba erecto o erguido. Implícito necesariamente por el castigo que se le dio: sobre tu pecho andarás (i.e., en cuatro patas).
  3. Que fue dotado con el don de hablar, puesto que conversa con la mujer the woman.
  4. Que fue dotado también con el don de razonar, puesto que lo encontramos razonando y discutiendo con Eva.
  5. Que estas cosas eran comunes a esta criatura. Sin duda la mujer lo había visto caminar erguido, lo había oído hablar y razonar con alguna frecuencia, y es por eso que Eva no muestra ninguna sorpresa cuando él la aborda en el lenguaje relatado en el texto; y efectivamente, por la forma en que se introduce el texto, se deduce que aquella fue solamente una parte de la conversación. “Así que Dios les ha dicho….”.

Si esta criatura no hubiera sabido hablar antes de dirigirse a la mujer en aquel momento y sobre aquel tema, no podía menos que haberle provocado una sorpresa, y eso la hubiera llenado de precaución, aunque por la pureza y la inocencia de su naturaleza pudo haber sido incapaz de ser afectada por el miedo. Yo entiendo que ninguna de estas cosas se puede decir de una serpiente o de cualquier especie. Ninguna de ellas jamás ha podido caminar erguida.

Ciertamente, la habilidad y la propensión de parlotear es todo lo que les ha quedado, (a los simios) de acuerdo con la hipótesis anterior, de su don original de hablar, del que supongo fueron privados como parte de su castigo en la caída de Adán y Eva. Seguramente el orangután es probablemente el animal en cuestión.


Hemos omitido muchas de las palabras de Clarke, pero la redacción esencial y el razonamiento se pueden deducir fácilmente. Esos los dejamos intactos.

Recuerdo la primera ocasión que me encontré con los raros comentarios de Clarke, me reí mucho. Me di cuenta que ahora tenía algo con que provocar a Joe Smitherman, íntimo amigo mío y ardiente lector del Comentario de Clarke. Nunca conseguí que Joe comentara sobre el orangután de Clarke. Sin embargo, le causó risa también.

Su esposa le había regalado un reloj muy moderno y elegante, y Joe parecía muy garboso con su nuevo reloj. El estilo, según mi opinión, era de lo más absurdo, porque para ver qué hora era, había que usar ambas manos y ambos brazos. Algo así como esas blusas de mujer que llevan la botonadura en la espalda. (Nunca he comprendido por qué alguien querría usar algo así.)

Es posible que lo que hice haya sido algo absurdo, pero en medio de nuestra conversación sobre Clarke y los orangutanes, no pude resistir la tentación de preguntar a Joe qué hora era. Joe se vio en una situación muy engorrosa al tratar de defender el comentario de Clarke, ver qué hora era, y hablar conmigo, todo al mismo tiempo.

Al igual que Joe, me gusta mucho leer el comentario de Clarke, y he aprendido mucho de Clarke, pero esto de los orangutanes, nos dejaron a mí y a Joe, no muy convencidos. Eso sí, nos reímos por un buen rato y con muchas ganas. Sin embargo, si le pensamos un poco, supongo, hay mucho de orangutanes en la forma en que a veces razonamos dizque en nombre de Dios.


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Un caso y silogismo hipotéticos





Los Saduceos, por ejemplo, se asemejaron a simios o monos, al pensar que tenían un argumento irrefutable, un argumento que ni siquiera Cristo podía refutar. Exponiendo un caso hipotético, inverosímil; llegaron a la conclusión de que una resurrección no podía ser posible:

Moisés dijo: Si alguno muriere sin hijos, su hermano se casará con su mujer, y levantará descendencia a su hermano. 25Hubo, pues, entre nosotros siete hermanos; el primero se casó, y murió; y no teniendo descendencia, dejó su mujer a su hermano: 26De la misma manera también el segundo, y el tercero, hasta el séptimo. 28En la resurrección, pues, ¿de cuál de los siete será ella mujer, ya que todos la tuvieron? —Mateo 22: 24-28.

Desde la perspectiva de los Saduceos, todo parece muy lógico. Sin embargo, el argumento “irrefutable”, inmediatamente adquiere irrelevancia. El Señor les respondió con palabras muy claras, sin ni siquiera analizar el silogismo hipotético: “…Erráis, ignorando las Escrituras, y el poder de Dios.”

Claro que los Saduceos suponían que el matrimonio continúa después de la muerte, y esa suposición en sí, tiene muchos problemas. El punto nuestro aquí, no es qué tan defectuosa haya sido la lógica de ellos. El punto es que el entero sistema lógico de los Saduceos no es, en absoluto, como Dios razona. Cristo dice que estaban equivocados por dos cosas: por no entender Las Escrituras, y por no entender a Dios.

Es este último punto el que preocupa: no entender a Dios. Argumentamos, concluimos, deliberamos, inferimos y cuando terminamos con nuestras premisas y procedimientos nos convencemos de que la lógica que nos llevó a esa conclusión debe ser la misma que lleve a Dios a una conclusión idéntica. Realmente nos colocamos en el rol de Dios.


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El caso de la mujer adúltera





Consideremos por un momento el relato de la mujer adúltera. Que era culpable, no hay duda. Que la ley de Moisés estaba de parte de aquellos que la condenaron, es incuestionable. Era culpable y Las Escritura especificaban lo que había que hacer en un caso como ese. En resumen, Dios estaba de parte de los que la acusaban, así como también sus acusadores, estaban de parte de Dios. Podría argumentarse que en este caso, la santidad del matrimonio estaba en peligro, y que las consecuencias del pecado deben ser cumplidas. Sin embargo Cristo vio el asunto de manera muy diferente: “Él que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7) La multitud se dispersó, uno por uno, comenzando desde el más viejo, hasta que Jesús y la mujer quedaron solos.

¿Dónde está el error en este razonamiento o lógica? A diferencia de los Saduceos, aquellos acusadores entendieron las Escrituras, pero al igual que los Saduceos, no entendían a Dios. Pudiera decirse que aquellas personas estaban en lo correcto porque lo que dijeron era lo que La Escritura decía, pero estaban equivocados en lo que hicieron.

En algunos aspectos, este escenario es aun más intenso que el de los Saduceos. A menos que yo haya malinterpretado este relato, es posible tener La Escritura de nuestra parte y no estar de parte de Dios. Indudablemente, la ley de Moisés no era para ser ejecutada como ellos lo intentaban hacer. La ley de la calle no es un tribunal. Ciertamente el motivo de aquellas gentes no era el hacer cumplir la ley sino desacreditar a Cristo. Aún así, el corazón del tema permanece en lo que es: Podemos hacer el mal en nombre de La Escritura. Podemos hacer el mal en el nombre de Dios. Nuestra lógica no tiene que ser defectuosa para no ser culpables.


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El caso del hombre de la mano seca





Aquellos que condenaron a Cristo por el hecho de haber sanado un hombre que tenía una mano seca en un sábado que, dicho sea de paso, era el día de descanso (reposo) para los Judíos, constituye otro ejemplo de cómo el razonamiento y la religión son tergiversados. No hay duda de que Dios santificó el sábado:

Mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, y el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó —Éxodo 20:11.

Sin embargo, cuando Cristo sanó aquel hombre, hubo algunos que lo quisieron matar en lugar de admitir lo que era obvio. En su forma de pensar, se había violado un mandamiento de Dios, y merecía la muerte.

Para ellos, según su razonamiento, era imposible que Cristo viniera de Dios, no obstante que el milagro que hizo, probaba claramente que sí venía de Dios. Lo irónico aquí es que su propio razonamiento no los dejaba razonar, y eso los condujo a negar la inferencia necesaria que había detrás del milagro que fue hecho ante sus propios ojos. Sus almas estaban tan secas como la mano de aquel hombre que Cristo sanó aquel día. Ciertamente el registro sagrado dice que estaban llenos de furor, (Lucas 6:11). Su torcido razonamiento los condujo a la irracionalidad, los condujo a la demencia absoluta. Eran capaces de citar La Escritura, pero incapaces de aceptar a Cristo.


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Llegado a la conclusión





Debemos razonar con base en Las Escritura. Dios espera eso de nosotros. El apóstol Pablo razonaba y argumentaba, basado en Las Escrituras, que Jesús era el Cristo, (Hechos 17:2-3). Abraham pensó firmemente que Isaac sería levantado de los muertos aun cuando lo hubiera ofrecido en sacrificio, porque Dios le había hecho una promesa. (Hebreos 11:17-19). Basado en lo que Dios había dicho y basado en su fe inquebrantable, Abraham supo ver la inferencia necesaria. No hay nada de malo en razonar. Ése no es nuestro punto.

Nuestro razonamiento puede estar incorrecto, y no nos damos cuenta. Clarke pudo haber visto un orangután en Génesis, pero al menos, reconoció que su interpretación podría no ser tan convincente para todos. Desafortunadamente, muchas veces no somos tan generosos.

A veces interpretamos algo de Las Escrituras que nuestra propia lógica, nuestro propio razonamiento, parece exigirnos que nuestra conclusión no puede ser de otra manera. Sin embargo, así como los acusadores de la mujer de adúltera, no tomamos en cuenta la gracia y la misericordia del Señor. En Dios hay algo más que mandamientos. La próxima vez que queramos “golpear” a un hermano en el Señor porque haya hecho o dicho algo que al parecer Las Escrituras claramente condenan, detengámonos por un muy, bastante largo. Digamos ¡orangután! En voz alta si quiere. Es muy cierto que tenemos que defender la integridad de la palabra de Dios, pero aun más importante, es que dejemos que Dios sea Dios. No es necesario apedrear a aquel por quien Cristo murió, y no es necesario citar Las Escrituras para nuestra propia destrucción.


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“Mis pensamientos no son vuestros pensamientos,
Ni mis caminos son vuestros caminos, dice el Señor.”