Nuestro Hablar y Nuestro Hacer

Nuestro Hablar & Nuestro Hacer


Algo Más Que Actuacíon






LA DISCREPANCIA entre el decir y el hacer es muy común. No siempre decimos lo que intentamos decir, excepto Cristo. A veces, supongo, que la causa de nuestra ineptitud se debe a que con frecuencia hablamos sin realmente pensar en lo que decimos. Simplemente hablamos al instante. Quizá prometemos hacer algo que realmente no podemos cumplir, y como resultado, los amigos  pierden la confianza en nosotros. Prometemos, pero no actuamos. Prometemos demasiado; cumplimos poco.


La dicotomía entre el hablar y el hacer, es el espejo de nuestro ser interior. Nuestras palabras reflejan lo que somos así como nuestras acciones revelan cómo somos interiormente. Una persona amable siempre usará palabras amables, así como también actuará de forma amable hacia otros. Como Wordworth lo anotó, la mejor porción de la vida de un hombre bueno, se encuentra en sus pequeños y olvidados hechos de bondad. El hombre bueno no presagia pretensión. No tiene que pensar ni en sus palabras ni en sus acciones. El ser afable está en su naturaleza, su naturaleza es ser generoso, su naturaleza es ser amable. Por supuesto que, el Señor anduvo haciendo bienes (Hechos 10:38). Él, que era Dios en la carne, actuó piadosamente. Cristo fue manso y noble.




El Señor dijo en una ocasión que lo que está dentro del hombre, es lo que sale de él. Si el hombre dice cosas hirientes y malvadas, es porque su corazón está dañado y envilecido. Su corazón está podrido.putrid—

Pero lo que sale de la boca, del corazón sale, y esto contamina al hombre. –Mateo 15:18

Si entiendo correctamente al Señor, hay aquí un círculo vicioso. Un hombre demuestra que es malvado tanto por lo que habla como por lo que hace. Su perspectiva perversa surge de su interior, surge de un corazón nocivo e infectado. Ya sea mentir, o asesinar, o adulterar, tienen principios invisibles dentro de un alma podrida. Y además de eso, el mal que está dentro regresa al mismo hombre y lo hace aún más corrupto. Su rencor proviene de un corazón envilecido, y una vez que lo expresa o lo actúa, ese mismo rencor se vuelve y envilece aún más al hombre. El adulterio nunca mejora al hombre; el adulterio lo empeora.

Quizá es por eso que con urgencia tratamos de evitar a un hombre enojado, aun cuando su enojo no sea contra nosotros. De la manera que nos habla de otros, así va a hablar de nosotros a otros. Sus palabras y el tono de su voz, simplemente hace que nos sintamos incómodos. En efecto, aun cuando hemos escapado de su presencia, sentimos como que necesitamos darnos un baño. El odio que escupió también cayó sobre nosotros.

Como sucede al hombre airado, al expresar su amargura, trae como resultado que se llene de ira aún más. Irónicamente, cuando habla de qué tan enojado está, se convence a sí mismo en hacerse aún más odioso. Considere, por ejemplo, dos hombres enfrascado en una terrible discusión. La discusión se intensifica al grado de que todo se sale de control y uno termina asesinando al otro. Y a veces, ni siquiera el asesinato aplaca su odio  persistente: “Sí, yo lo maté, y me da gusto haberlo matado.”

Un escenario similar puede ocurrir en un mal matrimonio. Un hombre y una mujer discuten tan violentamente que resulta en la muerte del amor y el matrimonio se rompe y termina en un divorcio total. Aun después del divorcio, el odio no disminuye. Con frecuencia se oye a un hombre hablar de su ex – esposa como si todavía estuvieran en medio de una acalorada discusión. En cuanto a la mujer, ni siquiera el infierno tiene tanta furia como una mujer despreciada. Hay veces que  una esposa divorciada usa sus hijos como armas para aporrear al esposo que alguna vez amó. Puede ser que lo lastime, pero en el proceso se lastima a sí misma, y puede ser que cause daños irreparables en sus propios hijos. El hecho es que, ya una vez engendrado el mal, no se puede restringir a sí mismo. Ni siquiera el paso de los años puede aminorar ese angustioso disgusto. La mujer que odiaba el fuerte y escandaloso ruido del reloj de alarma de su marido, muy pronto se encontrará poniendo el mismo reloj a que repique a las 4:30 de la mañana, así como lo hacía cuando estaba casada con él. En la mayoría de los casos, la segunda esposa será del mismo tipo de personalidad de la primera. El divorcio no ayuda. Solo Dios perdona la maldad. Solo Dios puede sanar un matrimonio en crisis.

 

Sin embargo, esta interacción entre el hablar y el hacer, nos obliga a reflexionar un poco más. La gente se forma una opinión tanto por el tono de mi voz, como por las palabras que profiero. Un ignorante quizá busque impresionarnos con su ira, pero sus crudas obscenidades también lo describen como un ignorante de vocabulario muy limitado. Usualmente repite las mismas palabras viles una y otra vez. Literalmente, está atascado, hundido en el  lodo de su propia vida y de sus propias acciones. Quizá piensa que impresiona a los demás con sus exabruptos de coraje, pero solo aquellos que son como él opinan que su drama es interesante. A la mayoría de la gente no le interesa oír a un pelmazo, especialmente a un insensato pesado.

En el sermón del monte, el Señor usa la metáfora de un hombre que construyó su casa sobre la arena, un plan sin sentido que solo pudo resultar en desastre:

Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió la lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu sobre aquella casa, y fue grande su ruina. Mateo 7:26, 27

Una casa sin fundamento, colapsa. Así como el hombre que construyó su casa sobre la roca, este hombre también construyó una casa. Ambos escucharon al Señor, solo que uno escuchó y actuó. El otro, escuchó y no hizo nada. Sin embargo, la intriga en esta metáfora, nos trae un entendimiento más profundo. Ya sea que hablemos o que escuchemos, ambas actividades están ligadas al sonido, pero el sonido es dinámico, es efímero. El sonido solo dura un momento. El sonido se apaga en un eco que se desvanece. Sin embargo, cuando profiero maldad, esa maldad no se desvanece; quizá las palabras que hablé se esfumen en un aire invisible, no así la vida que respiré en esas palabras.

Mi escuchar un consejo no es diferente. Si no hago caso a lo que se dice, ni aún el mejor consejo tendría algún efecto en mí. Escucho. Quizá con cortesía, pero no actúo. De hecho, construyo sobre la arena. En efecto, un hombre puede escuchar las palabras de Cristo, y permanecer sin ser afectado por el sermón que escucha. Algunos en aquel día escucharon las palabras directamente de Cristo, pero se fueron así como vinieron. Quizá sea suficiente para nosotros hablar el mal, pero no nos parece suficiente escuchar el bien. Debemos hacer algo más que escuchar solamente. Podría decirse que, a menos que pongamos el bien en práctica, aun las palabras de Cristo no son provechosas.

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