El aventó monedas de oro

¿Por qué él hace ese ruido abominable?—

Con el aspecto de un caballero, quien accidentalmente había quebrado una cosa común,
y pudo pagar por esto.



[2col1]En El Relato de Dos Ciudades, Carlos Dickens habla de la muerte de un pequeño niño, golpeado por un carruaje que iba pasando. Adentro del carruaje estaba el Monseñor de Marquéz quien calmadamente gritó preguntando ¿Por qué el carruaje se había parado tan repentinamente, ¿qué mal ha pasado?

“¡Perdón, Monseñor de Marquéz!” dijo un hombre andrajoso y sumisivo, “Es un niño.”

“¿Por qué él hace ese ruido abominable? ¿Es un niño?”

“Dispénseme, Monseñor de Marquéz– Es una lástima — sí.”

El Monseñor de Marquéz aventó monedas de oro afuera de la ventana del carruaje: “Gasta estas como tu quieras. Los caballos allí; ¿están bien?

Este es el siguiente párrafo, comoquiera, el que habla de casi todo esto:

Sin dignarse a mirar a la colección una segunda vez, Monseñor de Marquéz se echó hacia atrás en su asiento, y estaba siendo llevado en coche con el aspecto de un caballero que accidentalmente quebró alguna cosa común, y había pagado por esto, y pudo pagar por esto.

Entendemos el desdén detrás del tirar las monedas en la calle. Entendemos que un niño y el dolor no puede ser pagado con unas monedas. Entendemos que semejante mal no puede ser hecho correcto por algún medio cualquiera. Nosotros entendemos, pero no entendemos.

Permítame explicar la paradoja por relatar un incidente en mi propia vida, un incidente en el cual yo hice mal a otro hombre. Nos habíamos cambiado recientemente a otra ciudad, y estuvimos mirando para comprar una casa. Un hombre mayor y su esposa estuvieron rentando la casa al tiempo y habían vivido allí por muchos años.

“Yo he comprado algunos ventiladores de techo,” él dijo. “Si tu quieres, yo podría dejarlos allí, y tu podrías más tarde enviarme algún dinero por los ventiladores.” Yo acordé y dije a él, que nosotros podríamos hacer eso, pero por el momento inmediato, todo nuestro dinero sería gastado en movernos a la casa.

Yo nunca envié el dinero. Usted podría decir que esto fue negligencia de mi parte, pero cualquiera la razón, yo no hice lo que le había prometido, Usted podría decir que esto fue relativamente una cosa pequeña, un descuido común. Probablemente, pero yo hice mal a él de cualquier manera. Yo pequé contra él, y él sabía que yo era un cristiano.

Yo no puedo enviarle el dinero ahora. Yo no recuerdo su nombre, y hace tiempo que murió. Yo pequé y ahora no hay manera que yo pueda deshacer lo que he hecho. Yo no puedo hacer esto correcto.[endcol] [2col2]Se nos ha hablado por Dios que confesemos nuestros pecados, y lo hacemos. Se nos ha hablado por Dios arrepentirnos de lo que hemos hecho mal, y procuramos. Y aún, a veces, nosotros de algún modo pensamos que mi confesión de un mal y mis esfuerzos para intentar reparar el daño de algún modo borrará el dolor que yo causé. El pecado, después de todo es muy doloroso. Ciertamente, en inglés la palabra sin (pecado) viene de una palabra Anglo-sajona que significa: herir, causar dolor. Nada es más doloroso que el pecado.

Mis disculpas no pueden borrar el dolor. Mis confesiones no pueden borrar la verguenza. Mis actos de retribución no pueden deshacer el mal algo más que las monedas de oro del Monseñor de Marquéz pudieran hacer que el niño viviera otra vez.Yo deseo que yo hubiera pagado a aquel hombre por sus ventiladores de techo, pero no lo hice, y ahora, yo no puedo. Yo deseo que él no hubiera sabido que yo era un cristiano, pero él sabía, y eso es por qué él confió en mi. Yo deseo que él podría oirme confesar mi mal, pero él está muerto. Yo deseo que yo pudiera arrepentirme y hacer esto correcto, pero yo no puedo. Zaqueo dijo al Señor que si yo he tomado alguna cosa desde cualquier hombre por falsa acusación, yo le pagaré: “He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado” (Lucas 19:8). En mi caso, Yo no puedo pagar nada. La muerte ha cerrado la puerta. Yo debo una deuda por la cual nunca puedo pagar.

Quizás esto es aquí donde nuestro sentido de perdón comienza. Quizás aquí es donde venimos a entender la palabra de la santa Escritura: “…del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gálatas 2:20). Quiera Dios tener misericordia de mi alma por aquellos pecados que yo conozco como también por aquellos pecados que no conozco nada. Pueda yo entender el amor de Cristo y por qué el murió.

Sabiendo que nosotros somos personas perdonadas, debe hacernos más deseando perdonar a otros, y algunas veces ese otro, es usted mismo. Sabiendo que nosotros somos perdonados debe hacernos compasivos cuando otros caen en el mal. ¿Quizás hay alguien que usted le hizo mal? Posiblemente hay alguien que usted necesita hablar? ¿Por qué está usted esperando?

—James Sanders

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