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Las Bienaventuranzas: los de limpio corazón


Puro de corazón

»¿Y quién estará en el lugar santo?
El limpio de manos y puro de corazón.« —Salmos 24:4


L a palabra “corazón” en muchos pasajes de las Escrituras sagradas se refiere al intelecto, la voluntad o la emoción. Así podemos decir que buenos pensamientos, tener buenos deseos o querer hacer lo que Dios manda, tener amor a Dios y a Su palabra revelada y a nuestro prójimo, eso es tener un corazón limpio. El apóstol Pablo dice: “… sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios.” (Efesios 6:6; Colosenses 3:23).

»Bienaventurados los de limpio corazón,
porque ellos verán a Dios.«
—Mateo 5:8

Por el otro lado, tener un corazón impuro, no limpio, es cuando tenemos malos pensamientos. Por ejemplo, vemos el caso de los escribas que decían dentro de sí que Jesús blasfemaba, porque le perdonó los pecados al paralítico. <<“Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?…” (Mateo 9:4). Otro ejemplo, es el del hermano Simón, el que antes ejercía la magia, él creyó y fue bautizado, pero al ver “que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mí este poder…”  El apóstol Pedro le dijo: “…has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero… tu corazón no es recto delante de Dios.” (Hechos 8:18-21). Y un tercer ejemplo donde vemos que el corazón se refiere a los pensamientos, lo veos en lo que le decía el profeta Jeremías al pueblo de Jerusalén: “Lava tu corazón de maldad, oh Jerusalén, para que seas salva, ¿Hasta cuándo permitirás en medio de ti los pensamientos de iniquidad?” (Jeremías 4:14).

Para llegar a tener un corazón limpio, se hace necesario que comencemos a pensar en obedecer el evangelio de Cristo. En Romanos 12:2 dice:  “…transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento.” Luego en Efesios 4:23 dice: “y renovaos en el espíritu de vuestra mente.” Y el apóstol  Pedro también dice: “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad… amaos unos a otros entrañablemente de corazón puro.” (II de Pedro 1:22).

Una vez que uno ha comenzado a ser obediente a Dios, deseando oír la palabra de Dios, como fue el caso del procónsul Sergio Paulo, “varón prudente. Este, llamando a Bernabé y a Saulo, deseaba oír la palabra de Dios.” (Hechos 13:7). Luego, creyendo en Dios, en Cristo, en Su palabra. Cristo dijo: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.” (Juan 14:1). Luego arrepintiéndonos de nuestros pecados, porque Dios manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan;” (Hechos 17:30). Pedro les dijo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados;…” (Hechos 2:38). Pero, antes de ser bautizados debemos confesar nuestra fe en Cristo, como lo hizo el etiope, eunuco, cuando dijo: “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.” (Hechos 8:37). Así, pidiendo ser bautizado (o bautizada) para obtener el perdón de sus pecados, de ahí en adelante, seguir luchando por obtener santidad en nuestras vidas. Pablo le encargó al joven Timoteo: “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor.” (II a Timoteo 2:22). Los jóvenes deben tomar nota de este consejo. Esta es la manera como lograremos tener un corazón limpio y seremos bienaventurados ante los ojos de Dios.

Seguid la paz con todos, y la santidad, si la cual nadie verá al Señor.” (Hebreos 12:14).

—Roberto V. Spencer

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