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Las Bienaventuranzas: Los que Lloran


Los que Lloran

Una pena que nos trae a Dios,
Una pena que no tiene ningunos arrepentimientos



En Mateo capítulo cinco (5) encontramos las bienaventuranzas que el Maestro Jesucristo dijo al introducir aquel famoso “sermón del monte”. Son una serie de paradojas (o sea, opiniones contrarias a las comunes). Los conceptos que el Maestro expresó en esas bienaventuranzas, iban en contra de la opinión común. Es necesario que entendamos que Jesús hablaba desde el punto de vista espiritual y no del material o físico.

Comencemos a considerar aunque sea brevemente, quienes son aquellos que Jesucristo considera bienaventurados o dichosos:

»Bienaventurados los que lloran« —Mateo 5:3

Otra vez comenzamos por preguntarnos: ¿Se refería Cristo a los que lloran porque se les muere un ser querido o por alguna enfermedad dolorosa? Generalmente a los que sufren dolor por la pérdida de un ser querido o por el sufrimiento de alguna enfermedad, casi siempre les damos el pésame y tratamos de consolarles. Consideramos que es absurdo pensar que Jesucristo se refiriera a los que lloran por la muerte de un ser amado o a los que sufren físicamente. El mismo en cierta ocasión se sintió triste y hasta lloró cuando su amigo Lázaro murió. Leamos en Juan 11:33-35: “Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió, … Jesús lloró.” – Pero como dijimos en el artículo anterior, Cristo Jesús estaba hablando desde el punto de vista espiritual y no físico.

El Maestro se refería a aquellos que lloran o sienten dolor en su corazón por haber pecado. Es lamentable, pero hay muchas personas en este mundo que no lloran, no sienten dolor, que no se lamentan por estar pecando en contra de Dios, que al contrario se deleitan en sus vicios, en sus borracheras, en las drogas y en toda clase de maldad. Los tales no son bienaventurados, no recibirán consolación, sino el castigo eterno por su desobediencia a Dios. Leamos en II de Pedro 2:9-10: “Sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio; y mayormente a aquellos que, siguiendo la carne, andan en concupiscencia e inmundicia, y desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces, no temen decir mal de las potestades superiors..

Pero los que sí reciben consolación son aquellos que después de haber pecado y de estar alejados de Dios, reconocen que han pecado y lloran o se lamentan porque han ofendido a Dios. El apóstol Pablo dijo: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo … produce muerte” II a Corintios 7:10. Luego notamos lo que Santiago nos dice: “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones, Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.” – Santiago 4:8-10 (Enf. mío).

Sigamos el ejemplo del apóstol Pedro, que después de haber negado que conocía a Jesús el Señor, “lloró amargamente.” – Lucas 22: 60-62. Seamos como los primeros judíos que obedecieron el evangelio en Jerusalén, quienes “se conpungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? -Hechos 2:37. Eso sucedió porque el apóstol Pedro les predicó en ese primer sermón y les dijo: “Sepa,pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.” – Hechos 2:36.

Por lo tanto, si queremos ser bienaventurados ante los ojos de Dios, debemos llorar y lamentar en nuestros corazones, porque hemos ofendido a Dios nuestro Creador. Debemos arrepentirnos y obedecer el evangelio, y así seremos consolados al obtener el perdón de nuestros pecados. Le invitamos a que comience por asistir a las reuniones de la iglesia para oír la palabra de Dios. Será bienaventurado y recibirá consuelo. El rey David decía: “Ella es mi consuelo en mi aflicción,” – Salmos 119:50.

– Roberto V. Spencer

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