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Venciendo al mundo



al parecer no le afectó

 

lo que le sucedió

 

»Dad gracias en todo,
porque esta es la voluntad de Dios« —1 Tesalonicenses 5:18




VENÍA sonriendo cuando entró por la puerta, más que sonriendo. De hecho, su amplia sonrisa era por demás contagiosa. Traía buenas noticias y deseaba compartirlas

»Compré un miter saw nuevo,« dijo con regocijo. (Nota: Serrucho o sierra de inglete para hacer cortes de 45 grados).  »El serrucho estaba en oferta, pero lo mejor de todo, es que este serrucho es desplazable. Es muy exacto, y capaz de cortar bloques de madera con un desplazamiento de hasta 16” pulgadas.«

Me contagió su entusiasmo. Fue uno de esos momentos en que las personas comparten su felicidad con los demás. Cuando terminara el otro trabajo, traería su serrucho para que lo pudiéramos usar, y también para admirarlo quizá. Yo esperaba con ansia ese momento.

»Traeré el serrucho el Miércoles. Debemos terminar para entonces.«

Desafortunadamente, eso no pudo ser. Alguien le robó el serrucho, con toda probabilidad fue otro carpintero. Pude ver la desilusión en sus ojos a medida que me contaba lo que había sucedido, pero también  vi algo más. Le habían robado su serrucho, pero no le robaron su alegría. Él no dijo eso, ni tampoco ofreció ningún discernimiento filosófico de lo que le pasó. Nada de eso.

Para la mayoría de la gente, el hecho de  perder  algo que nos pertenece nos llena de ira, de enojo. Y él muy bien pudo haberse llenado de ira por un momento o dos, pero aquella ira hacía ya buen rato que se había disipado. Eso estaba suficientemente claro. Dicho de una manera simple, el serrucho no era su vida. Realmente, lo que yo más bien sospecho es que allá en lo profundo de su alma, ya se había puesto de acuerdo consigo mismo sobre todo aquel asunto. Si hubo algún resentimiento en su corazón, hacía ya buen rato que ese resentimiento había sido derrotado por una fuerza superior a él mismo. Yo más bien sospecho que Dios intervino en su corazón y fue así porque este hombre había implorado la ayuda de Dios en su vida.

Él no era la clase de hombre que insiste en sus derechos aun cuando se le había hecho un daño. Tampoco era la clase de hombre que le diera lugar al diablo. De alguna manera entendió que aquí hay algo más en juego que una posesión material. El Señor en una ocasión le dijo a un hombre que se había quejado por no haber recibido lo que le correspondía en una herencia—

Mirad, y guardaos de toda avaricia: porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.
—Lucas 12:15

El valor del hombre no está en el serrucho que posee, o en el serrucho que roba, o en una herencia que ha recibido. El valor del hombre no está en ninguna de estas cosas.

Demandamos lo que sentimos que es nuestro y con frecuencia vamos al extremo de insistir que se corrija una injusticia. O sea que, exigimos nuestros derechos. Podemos demandar que se nos devuelva el serrucho cuando realmente lo que queremos es venganza. La vida del hombre no está en el serrucho que posee. Lo sabemos, o al menos deberíamos saberlo. Sin embargo, si permitimos que la amargura entre en nuestro corazón, nuestra pérdida es mucho más grande que lo que nos han robado. Un hombre roba nuestro serrucho, pero con mucha frecuencia le damos al diablo nuestra alma.

Este incidente me recordó de algo que leí hace algunos años, cuando yo era joven. Matthew Henry, un renombrado comentarista, reflexionaba sobre un incidente similar que le sucedió en su propia vida. En su caso, había sido robado utilizando la fuerza.—

Permítanme estar agradecido, primero, porque él nunca me había robado antes; segundo, porque aunque se llevó mi cartera, no se llevó mi vida; tercero, porque aunque se llevó todo lo que yo poseía, no era mucho; y cuarto, porque fui yo el robado, no fui yo el que robó.

 

—James Sanders

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