Skip to content

Cuando hemos caído


Cuando hemos caído a lo más profundo en nuestra vida,
La mala fortuna nos dice
quienes son nuestros verdaderos amigos—


“Bienaventurado el que piensa en el pobre —Salmo 41:1 NIV





ELLA fingía amarlo, pero su plan era verlo asesinado sin importar que él, Agamemnón era su esposo y había estado ausente por diez años a causa de la guerra. Su esposa Clitemnestra le dio la bienvenida con un discurso labioso lleno de palabras vacías. Le dijo que el centro de sus pensamientos era solamente él durante el tiempo que estuvo ausente. En cierto sentido las palabras de Clitemnestra eran verdad, pero no en el sentido en que Agamnenón se hubiera imaginado. Es cierto, ella había pensado constantemente en Agamnenón, pero en cómo matarlo cuando regresara de la guerra de Troya.

Mi sufrimiento era indecible mientras estaba mi hombre en el frente de batalla. Para una mujer, quedarse en casa esperando el regreso de su esposo de la guerra, es una carga agobiante. . . .

Es por eso que nuestro hijo no está aquí en Argos, nuestro hijo, nuestro muy querido y amado primogénito, Orestes. No es necesaria ninguna sospecha. Él está en Fócida con Estorfio, nuestro aliado y amigo. Estrofio me advirtió de los posibles problemas y de la amenaza constante contra tu vida en los peligros de la guerra. . .
A los caídos, se les pisotea aun más
.

—Aeschylus, Oresteia, 862-865; 879-886.

Agamemnón descartó sin demora aquella demostración pública de afecto, “Tus palabras, como mi ausencia, se tardaron demasiado.” Sin duda, no estaba impresionado.

Agamemnón estuvo alejado por diez años en la guerra, guerra que él mismo inició con el sacrificio a los dioses Griegos de su hija Ifigenia. Agamemnón había deseado vientos favorables para su flota de barcos de guerra, y los dioses Griegos le concedieron esos vientos. Pero con esa concesión vino aquel odio implacable y persistente de Clitemnestra. Por largos diez años planeó asesinarlo, y fue exactamente lo que hizo cuando él regresó.

La motivación de Clitemnestra fue, por un lado, un incontrolable deseo malsano de venganza, y por otro, lujuria pura. Durante la ausencia de su esposo, ella se regodeaba con su amante. Disimuló sus intenciones con palabras: Orestes, su primogénito, estaba bajo la protección de un amigo y eso garantizaba su seguridad en caso de que surgiera un levantamiento mientras que Agamnenón estuvo lejos. Un rey siempre está sujeto al peligro y más en tiempo de guerra. Se agarra con ansiedad de su argumento enmarcando sus siguientes palabras casi como si fueran un proverbio. A los caídos, se le pisotea aun más.

Una de las características literarias es que un proverbio es indiscutible, no hay manera de impugnarlo. La fuerza del proverbio descansa en su veracidad. Aceptamos un proverbio porque lo que afirma, no puede ser de otra manera. En la obra de teatro de Esquilo, las palabras de Clitemnestra deben ser lo suficientemente fuertes como para esconder un intento de asesinato. No podía simplemente decir, “te amo.” Eso sería demasiado puro, demasiado simple, y muy obvio. No, sus razones fundamentales deben ser mucho más fuertes, y por eso concluye con:  A los caídos, se les pisotea aun más.

¿Por qué estas palabras son tan impactantes? Simplemente porque la indigencia es una condición que aplasta, que abruma al ser humano. Considere, por ejemplo, un matrimonio donde aparentemente el dinero no alcanza lo suficiente. Lo más común es que, por ese motivo, se generen horribles discusiones donde el esposo y la esposa se gritan el uno al otro. Las presiones de las deudas destruyen tanto la vida como la familia. En realidad, las deudas financieras son la causa principal de los divorcios. De todos los problemas, los problemas de dinero son los peores.



Una Vida Desdichada & Arruinada




Quién no ha oído el lamento desesperado de un hombre que desea ganar más dinero pero no puede. La crisis no siempre viene por el hecho de gastar demasiado. A veces el agobio es causado por un hijo enfermo, por las deudas médicas, o por una madre enferma de gravedad. Cualquiera que sea la causa del problema financiero, el impacto es el mismo. La vida es exprimida hasta quedar solamente el bagazo.

En ocasiones la vida nos golpea de forma tan brutal en que nuestra vitalidad y nuestra esperanza son destrozadas y aplastadas hasta el piso. Pareciera ser que una vez que la espiral de la vida comienza a caer, el sentimiento de desilusión y el estrés es más devastador y doloroso: A los caídos, se les pisotea aun más. Sufrimiento sobre sufrimiento. Se puede apreciar el dolor en la faz del hombre, y también en su hablar

Clitemnestra se jactaba de su acto asesino:

¿De qué otra manera hubiera planeado la caída de mi enemigo, sino mintiendo y fingiendo amor? Es un resentimiento sangriento . . . algo que he rumiado por mucho tiempo . . . Cuando él cayó, lo golpeé por tercera ocasión . . . Mi corazón está hecho de acero . . . Despedacé a mi esposo.
Aeschylus, Oresteia, 1375-1390, 1405.

Así es con la pobreza. Nuestra alma es despedazada como con una hacha hasta que prácticamente no queda nada para nuestra vida. Se nos deja caer hasta el fondo, y ahí se nos deja hasta morir. Aun cuando ya estamos en el fondo, se nos golpea una y otra vez.

Notemos el doloroso lamento de la gente ante Nehemías a causa de una hambruna cruel para la que no tenían recurso alguno. Si la hambruna fue causada por ellos mismos, o no, es irrelevante, el sufrimiento de aquellas gentes, era indecible:

Hemos empeñado nuestras tierras, nuestras viñas y nuestras casas, para comprar grano, a causa del hambre . . . Hemos tomado prestado dinero para el tributo del rey, sobre nuestras tierras y viñas . . . Dimos nuestros hijos y nuestras hijas a servidumbre . . . nuestras tierras y nuestras viña son de otros. —5:3-5

Tales palabras nos llenan de asombro. Aquellas gentes habían perdido todo por causa de una sequía, se vieron obligados a empeñar sus tierras y a vender sus hijos como esclavos para poder comprar comida y pagar los impuestos al gobierno. Es indudable que la situación era extremadamente desesperada. Habían empeñado todo sus bienes, y aun así, la pobreza continuaba siendo imbatible. Aquellas gentes nunca se recobrarían de aquellas deudas tan aplastantes. Sus hijos estaban perdidos para siempre en la esclavitud.

Aun cuando nos parezca difícil entender el dolor y la desesperanza de lo que estaba sucediendo, de gentes tan desesperadas que se vieron obligadas a vender sus propios hijos, de un gobierno tan despiadado y capaz de exprimir cada hombre, mujer o hijo hasta el último aliento, es posible que el escenario nos parezca inconcebible pero la pobreza puede ser así de aplastante, y el gobierno puede ser así de inhumano. Sin embargo, eso no debe sorprendernos. Si el gobierno puede hacer el bien, también pude hacer gran daño. En cuanto a la pobreza, ninguno de nosotros entiende a qué profundidad la pobreza es capaz de hundir al hombre.

Quizá es por eso que la Santa Escritura nos dice en repetidas ocasiones que evitemos desde un principio lo que más tarde puede convertirse en un desastre financiero. Ya de por sí, la vida es difícil pero cuando hay pocos o nada de recursos, puede ser insoportable: “Las riquezas del rico son su ciudad fortificada; y el desmayo de los pobres es su pobreza.” (Prov. 10:15). Cuando las finanzas van mal, estamos indefensos; problemas comunes se transforman en desastres mayúsculos.

Una mujer con su hija, son abandonadas por el esposo que se supone tiene el deber de amarlas y protegerlas. La mujer trabaja y gana lo suficiente para vivir. Sin embargo, cuando a su auto se le pincha una llanta, o descubre que una de las llaves del agua tiene una fuga, rompe en llanto incontrolablemente. Está sola, no tiene quien le ayude: “el desmayo de los pobres es su pobreza.” Vive en necesidad, y se averguenza de decirle a otros qué tan desesperada se vuelto su vida.

Si nos hundimos en deudas, aun la gente que considerábamos amigos, nos evitarán. Quizá temen que la pobreza que nos ha golpeado, les golpee a ellos también. Por la razón que sea, sus sentimientos hacia nosotros cambian, y entonces nos encontramos abandonados e ignorados: “Todos los hermanos del pobre le aborrecen; ¡Cuánto más sus amigos se alejarán de él!” (Prov. 19:7).

Nuestra pobreza no transforma en personas repulsivas; la gente pasa sin voltear a vernos. O nos miran sin darnos ninguna importancia; nos miran por encima, como si no estuviéramos enfrente de ellos. Aun en la adoración a Dios, hay quienes nos avergüenzan aun más. El hombre rico es honrado y se le sienta en un asiento de honor.

Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida  … y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pié.   –Santiago 2:2-3.

Se nos mantiene de pie y a otros se les da un buen asiento. Se nos averguenza mientras que a otros se les honra. Al parecer, nuestro pecado es ser pobres, pero la pobreza, definitivamente no es pecado. Sin embargo, la mancha de la pobreza nos aleja aun de aquellos que claman seguir a Dios. Somos como Lázaro. Deseamos comer las migajas que caen de la mesa y los perros lamen nuestras heridas en señal de compasión. Ante Dios estaremos sin corbata, sin traje, y sin anillo en nuestra mano. Los pobres solo tienen su alma y ropas andrajosas. A los caídos, se les pisotea aun más, inclusive por aquellos que deberían tener algo de compasión. Una cartera vacía pesa más que cualquier otra cosa.

Quizá podríamos pensar que el que está sumido en la pobreza, no puede caer más, pero sí puede. El hombre desesperado es el más fácil de lastimar, es el más fácil de aprovecharse de él. El malvado no pasará por alto la oportunidad de practicar el mal, especialmente en aquellos que están más necesitados. Un hombre viejo puede con facilidad ser tumbado al piso y robarlo. Se le puede mentir a una mujer sobre un carro, y sobre el costo de las reparaciones. Se puede forzar a un hombre trabajador a trabajar horas extras sin pago. Usando las palabras de Isaías, el malvado “muele las caras de los pobres,” nada más porque le da la gana y porque puede (Isaías 3:15). A los caídos, se les pisotea aun más.

Es posible que así sea, pero el Dios del cielo conoce los nombres de los pobres. Lázaro murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; el rico también murió, y levantó sus ojos estando en tormento. El pecado de Lázaro no fue su pobreza, así como el pecado del rico no fue su riqueza. Su pecado fue el haber ignorado a Lázaro. Nunca se percató de la necesidad desesperada de un hombre que estaba en sufrimiento y dolor.

James Sanders



Leave a Reply