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Robando legalmente


»Hay tácticas que inclusive es inmoral considerarlas,
el solo hecho de detenerse para pensar en ellas, es perverso«—

»No robarás« —Éxodo 20:15





LOS AÑOS nos roban imperceptiblemente y al final nos llevan con ellos. Esta paráfrasis de Alejandro Pope nos recuerda que al último queda poco o nada, y que al final de la vida, lo que se ha perdido es irrevocable. Nadie puede retroceder los años. No podemos prolongar nuestros días si hemos desperdiciado nuestros años. Ni siquiera los hombres más ricos pueden comprar o robar un minuto más. En el drama de la vida hay un telón final que se cierra. Todos tenemos una cita que no podemos eludir: “…está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27).

Sin embargo, hay algo torcido en este asunto de robar, de apropiarse de algo que no nos pertenece con la finalidad de beneficiarnos con la pérdida de otro. “No robarás” está muy claro, pero hay muchas formas de robar. El hombre puede robar cuando no hay nadie por ahí viendo lo que se lleva. El hombre puede robar usando la fuerza, llevándose lo que quiere por medio de amenazar con una pistola o un cuchillo. Ambas formas son muy comunes, supongo, pero cuando el hombre roba “legalmente”, las consecuencias son mucho más importantes y corruptas.

Quizá es por eso que con frecuencia se siente algo de desprecio por los abogados. “¡Ay de vosotros, intérpretes de la ley” (Lucas 11:52). Un abogado es capaz de robar más con una pluma que un hombre con una pistola, y en ocasiones lo hace impunemente, con la protección de la ley. Cuando la ley se convierte en un garrote para golpear a la gente en lugar de protegerla del mal, la perversidad es especialmente seria.

Realmente, no hay nada más corrupto o corruptible que un juez inmoral. Cuando se deja sin protección a los inocentes, o no se le pone freno a un abogado sin escrúpulos, el juez se equivoca miserablemente, y provoca un sentimiento de desprecio hacia el aparato judicial y promueve el colapso civil.

El mero hecho de robar un objeto material no provoca eso. El que roba infringe la ley, pero cuando se tuerce la misma ley, se roba el alma invisible. Y así como al final de la vida ya no hay remedio, tampoco hay remedio para un juez que pudo haber intervenido y no lo hizo. Cualquiera que sea la razón – soborno, negligencia, o indiferencia- el efecto es el mismo: lo correcto se convierte en mal, y el mal se empeora cuando el abogado inescrupuloso saca provecho de todo. Inventa honorarios legales y promueve fórmulas legales complejas con el propósito de cobrar honorarios adicionales sin tener que llamarles extorsión, y robo a lo que cobra. Él roba. Él lo hace con la bendición de la ley y el veredicto de un juez.



La justicia como soberana




Quizá podamos entender esto de mejor manera si damos un paso atrás para ver la vida desde una perspectiva más distante. Cerca del final de su vida, Cicerón previó el colapso inevitable de la ley y de la estructura civil de Roma. En el horizonte se estaba formando una tormenta política. Desilusionado, Cicerón se retiró a una villa campestre en las afueras de Roma. “Ahora que el Senado ha sido abolido y las cortes aniquiladas, ¿qué…trabajo me queda por hacer en el Senado o en el Forum? “ (De Oficiis, iii.1.3) Habiendo sido Cesar frenado por asesinato, hubo otras fuerzas destructivas en función. Ya no hubo más necesidad de debate y de discursos por alguien como Cicerón. Jamás Roma había experimentado tiempos tan terribles y desestabilizadores. Quizá Cicerón haya tenido alguna premonición, pero nunca pudo haber sabido que en el lapso de un año, su propia vida terminaría por ejecución gubernamental. Aunque, sus escritos no solo nos dan una idea de los tiempos de los que él fue parte, sino de los tiempos de los que todos somos parte.

Cicerón creía en los estatutos de la ley, y en la bondad del hombre, y en el deber de los hombres de unos hacia otros. La vida pública debe ser parte de la vida, y el hombre nunca debe aprovecharse de la posición que tiene:


Consecuentemente, quitar algo que pertenece a otro – lucrar con la pérdida de otro – es más antinatural que la muerte, o la indigencia, o el dolor, o cualquier otro golpe físico o externo Para empezar, esto golpea las raíces de la sociedad humana y y el compañerismo. Porque si cada uno de nosotros se propone robar o perjudicarse el uno al otro, está claro que vamos a destruir lo que en la creación de la naturaleza es más enfático que cualquier otra cosa en el mundo entero: es decir, el vínculo que une cada ser humano con los demás. . .
(De Officiis, iii.5.21)

Puede ser que el hombre que utiliza su posición para robar a otros sea protegido por la ley, pero su acción eventualmente impactará las mismas fibras que unen a los hombres. Si la posición y la ley van a ser utilizadas como armas para que un juez o un abogado se enriquezcan quitando legalmente lo que pertenece a otro, se pierde el fundamento total de la generosidad, y de la bondad, y de la justicia, o, poniéndolo en las propias palabras de Cicerón—

Si la gente afirma (como a veces lo hacen) que no tienen la intención de robar a sus padres o hermanos para ganancia propia, pero que el robar a otros compatriotas es una asunto diferente, hablan sin sentido. Porque eso es lo mismo que negar el interés común que cada uno tiene para con sus compatriotas, y todas las obligaciones legales y sociales que le siguen: denegación que estremece la fábrica total de la vida nacional. . . (De Officiis, iii.6.28)

 

Maccari, Cicero Denounces Cataline, 1882-88, fresco



Una cuestión legal




Por supuesto que, encontramos que el hombre que roba a sus padres es censurable aun cuando la pretensión sea supuestamente honorable. Cristo reprobó a aquellos que descuidaban deliberadamente a sus padres por destinar dinero para Dios en lugar de para una madre necesitada. Si a la contribución le llamaban Corbán, la ley civil-religiosa de aquellos tiempos les garantizaba inmunidad, y los exculpaba de cualquier cargo de negligencia hacia los padres: “Cualquiera que diga a su padre y a su madre, es Corbán… queda libre de…” (Marcos 7:9-12). Es posible que esta conducta haya sido legal, pero eso no quita que fuera una conducta oprobiosa: “Bien invalidáis el mandamiento de Dios.” Cicerón pudo haber sido un pagano, pero sus éticas eran de una calidad moral superior a la de aquellos que afirmaban que se apegaban estrictamente a la ley de Dios. Conceder permiso legal para desatender una obligación moral hace el acto especialmente repulsivo. Básicamente, aquellas gentes pudieron decir que servían a Dios al deshonrar a sus ancianos padres. Los hombres podían decir que no hacían nada mal haciendo el mal.

Hay algo siniestro en esto de usar la ley para robar. En una ocasión un doctor de la ley vino a Cristo aparentemente en un esfuerzo de avergonzarlo públicamente. Surgió un diálogo en el que el abogado concede en que el hombre debe amar a Dios con toda su mente, corazón, y alma, y que el hombre debe amar a su prójimo como a sí mismo. Sin embargo, cuando Cristo responde que el abogado había contestado correctamente: “haz esto, y vivirás” – algo golpea una fibra dentro del abogado. La Escritura dice que tuvo la intención de justificarse a sí mismo, “¿Y quién es mi prójimo?” (Lucas 10:29).

Por supuesto que él no hizo la pregunta porque quería una contestación. Quizá lo que esperaba era una diatriba semántica acerca del significado de la palabra prójimo y sus posibles parámetros legales. Sin embargo, lo que recibió fue un simple relato acerca de un hombre que había sido robado y dejado por muerto, acerca de un hombre que había sido ignorado por aquellos que tenían posiciones oficiales en el gobierno. A ese relato le llamamos la Parábola del Buen Samaritano, pero a veces pasamos por alto el escenario que provocó el relato. El Señor relató esta historia porque un hombre con una consciencia culpable motivó la narración de la parábola.

¿Había algo en el pasado del abogado en el que él había robado legalmente a alguien? ¿Hubo algún sentido de negligencia legal hacia algún cliente, hacia alguna persona que él pudo haber ayudado y no lo hizo?

La Escritura no nos da indicios de los pensamientos interiores del abogado al momento del relato de Cristo. Sin embargo, sabemos que Cristo formulaba sus contestaciones porque sabía lo que había en el corazón del hombre y lo que había en el pasado de la persona. El podía leer los pensamientos de las gentes y algunas veces eso fue lo que hizo. A Natanael, le dijo, “Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.” (Juan 1:48). ¿Había estado Natanael orando? No sabemos lo que fue, pero de lo que haya ocurrido bajo la higuera, Natanael se enteró que Cristo sabía aun cuando Natanael había estado aparentemente solo. En la ocasión en que Judas salió para llevar a cabo su traición, el Señor le dijo, “Lo que vas a hacer, hazlo pronto” (Juan 13:27). Nadie entendió el significado de aquellas palabras, aun cuando fueron dichas en voz alta y en presencia de los otros, aquellas palabras fueron más bien como una conversación privada entre Cristo y Judas.

En el caso del doctor de la ley y su pregunta sobre el significado de la palabra prójimo, algo así parece haber sucedido. Ciertamente, el abogado está profundamente confundido por la respuesta del señor a su pregunta. Aun más, cuando el Señor finalizó el relato de la parábola, le preguntó una vez más al abogado sobre el significado de la palabra prójimo. Otros que estaban presentes también escucharon la parábola, pero algo no hablado parece estar latente en el fondo retórico. Las palabras de Cristo son demasiado penetrantes para que fueran nada más una respuesta general a una pregunta general.

Cicerón está en lo correcto. El hombre que roba bajo los auspicios de la ley y de su posición, roba algo más que propiedades y dinero. El hombre de la parábola del Señor cayó en manos de ladrones; el Señor pudo fácilmente decir, cayó en manos de abogados. Y es posible que eso haya sido lo que el doctor de la ley oyó cuando el Señor dijo la parábola. Si ese fue el caso o no, no podemos saberlo, pero de lo que sí podemos estar seguros es que la contestación que Cristo dio no fue la respuesta que el abogado esperaba.

Aun así, hay una responsabilidad que cada uno de nosotros tiene hacia las otras gentes, especialmente aquellas que sufren. El Samaritano tuvo que caminar largas distancias para atender aquel hombre que fue robado y dejado por muerto. El pudo haber pasado de largo como hicieron los otros. El pudo haber pensado que no era su problema. El pudo haber hecho eso, pero no lo hizo. El actuó movido por un sentido del deber y la decencia.

Detrás de las palabras de Cicerón está implícita la noción del deber cívico. El hombre que está en una posición alta puede usar la ley para enriquecerse, pero el hombre de honor no hará nada para enriquecerse a expensas de otros.

Quizá es aquí donde la corrupción en el gobierno se hace más atractiva para el hombre que ocupa un cargo alto. A diferencia del escenario de una corte poco ética, el hombre que escribe y administra las leyes no ve directamente las personas que puede robar. Quizá puede pensar que la corrupción es parte del gobierno, y que lo que hace no es muy diferente a lo que otros hacen. De alguna manera enrevesada, puede justificar aun más su privilegio en la dirección y el manejo de los fondos públicos. Después de todo, no hizo uso indebido de la ley; más bien, su posición en el gobierno le permitió invertir en acciones empresariales, o comprar una propiedad que más tarde, por intervención del gobierno, tendría un valor superior. En su forma de pensar, según él, nunca se aprovechó de nadie. Simplemente aprovechó una situación promisoria. Otros con gusto le pagan honorarios de consulta, y a medida que crece su riqueza, también crece su arrogancia y su corrupción. El roba.

Todos hemos sido testigos de esto, y Cicerón vio el mismo comportamiento en su tiempo. “El amor al dinero es la raíz de todo los males,” aun cuando el mal sea protegido por la ley. Nadie debe permitir que la pérdida de la fe en el gobierno le haga perder la fe en Dios. Son dos cosas muy diferentes. Fue el gobierno, después de todo, el que emitió el edicto para crucificar a Cristo, justificando legalmente de esa manera la ejecución.

James Sanders



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