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El Siete Leguas

El caballo más famoso de México—

Pancho Villa, quizá el guerrillero más famoso del mundo


LA TARDE era fría, el sol se había ocultado hacía apenas unos minutos, y el crepúsculo arrebolado lucía maravilloso. La cena estuvo …. buena, se podría decir; unos frijolitos rancheros acompañados con una tasita de café negro y… una tortilla de harina calientita, recién hecha. El calor de la estufa de leña parecía invitarnos a permanecer alrededor de ella, y así lo hacíamos todas las tardes durante el invierno. Era inevitable que no surgiera algún tema de conversación, especialmente estando aquel hombre a quien tanto le gustaba contar anécdotas, mi padre.

Yo era un chamaco adolescente en ese tiempo, y no sé porque razón, aquella tarde me dio por cantar el corrido del “Siete Leguas.” Mi papá me escuchó atentamente, y cuando terminé de ºcantar” (entre comillas porque no sé cantar) me dijo parsimoniosamente y con seriedad:

“Mundo, ¿sabías que el Siete Leguas no era caballo?”

Me quedé petrificado viéndolo directamente a sus ojos; por un momento no sabía si reír, o llorar, o salir corriendo por media calle gritando como loco. Y hablé con desesperación y casi gritando:

“¡¡¿Entonces qué era, burro, gato, perro, o qué?!!

“Era yegua,” me dijo con una sonrisa socarrona. Él sabía cómo me estaba sintiendo.

“Cálmate,” me dijo, “no te aceleres, déjame te suelto el rollo:”

“En los tiempos de la Revolución Mexicana, los rancheros del suroeste de Texas, (Alpine, Fort Davis, Marfa, Maraton) vendían caballos a los revolucionarios del norte de México. En ese entonces, yo era un chamaco de unos 12 o 13 años, y vivía con mis padres en el Rancho Spencer, unas 12 millas al noroeste de Presidio. El rancho fue fundado por mi abuelo John W. Spencer por allá en el 1854.”

El conversador hizo una pausa para darle un traguito a su café, y yo, un poco desesperado, pregunté:

“Y luego, ¿qué pasó?”

“Traquilo,” me dijo, y continuó, “Un día trajeron al rancho una manada de caballos procedente de Marfa, Texas, destinada a los revolucionarios de la División del Norte, comandada por Pancho Villa. Entre la caballada venía un encargo especial, se trataba de una yegua grandota, de pescuezo largo y muy fuerte, a la que hubo que cuidar con especial atención, pues era un regalo especial para el General Villa. La manada de caballos estuvo en el rancho por algunos días, hasta que vinieron los revolucionarios y se la llevaron a México. Esa fue La Siete Leguas.”

Años deapués, y platicando yo con un viejito quien formó parte de la guardia personal de Pancho Villa, me confirmó lo que mi padre me contó.

Edmundo Spencer




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